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6.9.10

Algún lugar (alguna vez)



Se presentó hace unos días en el Festival de Venecia Somewhere, la nueva película de Sofia Coppola. No leo críticas de ninguna película antes de verla (no veo el trailer cuando se trata de alguna que esté esperando ver con ansias, a veces ni siquiera sé cuál es la trama básica, soy una enferma de los spoilers), pero parece que hasta el momento tuvo una recepción mixta. Somewhere es una de las películas sin fecha de estreno que quiero ver en un cine hoy mismo.

A mí me gusta mucho el cine de Sofia Coppola. Me gustan su tristeza elegante, su belleza retraída, lo amable que es con sus personajes. Es un cine que me frustra también, porque quisiera ser como una de sus protagonistas. Las chicas Coppola son siempre rubias, hermosas, delgadas, delicadas, de mirada profunda y desconcertada ante el mundo que las rodea. Son tesoros que deambulan por lugares agradables pero alienados, esperando ser descubiertos por un ser lo suficientemente inteligente y sensible que escarbe y encuentre esa joya que las hace invaluables. Es lo que hace Bob con Charlotte en Lost in translation cuando, recostados en la cama, le acaricia casi imperceptiblemente un dedo del pie y la calma asegurándole que cuanto más sepa quién es y qué quiere, menos se va a angustiar por todo. Porque Bob –que es Bill Murray, con todo lo que eso implica– sabe que Charlotte –que es Scarlett Johansson cuando era desgarradora– es una tempestad bajo esa superficie serena y que solo necesita tiempo para hallar su manera particular de expresarse. Tiempo, y que alguien le diga al oído que todo va a estar bien. Las hermanas Lisbon en The virgin suicides son aves atrapadas en su amena jaula suburbana mientras los hombres las observan desde afuera como seres inalcanzables. María Antonieta es otra niña rica triste que es insertada en un mundo de placeres y deberes, absurdo y cómico, siempre encantador, en el que tiene que aprender a vivir. El atractivo romántico de todas ellas radica en que son seres expuestos a un mundo que no los contiene. Y Sofia Coppola mira a sus criaturas desde la cercanía, pero con mesura. Es un cine de climas, de imágenes tiernas, íntimo pero nunca invasivo, donde los personajes muestran hasta donde están cómodos. Lo demás, lo callan. Sofia confía en que nosotros vamos a hurgar para descubrir la gema escondida.

Como me pasa con el cine de Wes Anderson, me gustaría vivir en alguna película de Sofia Coppola. Ser como sus personajes, gracioso y melancólico, absurdo y bello, puro potencial esperando tímidamente salir al afuera. Hay algo muy engreído, muy atrayente en esa manera de ver el mundo. Como le pasa al personaje de Adam Sandler en Punch Drunk Love y al de Daniel Hendler en Los Paranoicos, que quieren a la chica y quieren otras cosas pero no saben cómo, hasta que un día el deseo le gana al miedo y salen a la calle, las niñas tristes de Sofia están buscando su camino. No sé cuál será la búsqueda de Elle Fanning en Somewhere, pero sé que quiero acompañarla, e ir armando junto con ella mi propio camino, que me lleve a algún lugar que sea solo mío, particular, intransferible.

10.8.10

Pixar vs. Dreamworks



Básicamente.

18.11.08

Quantum of Solace



Qué aburrida que es Quantum of Solace, my god. No soy fanática de James Bond y vi pocas películas –todas las de Brosnan y alguna que otra de Roger Moore y Sean Connery-; de hecho, creo que la mayor parte del imaginario de la saga me viene de las parodias tipo Austin Powers. Pero Casino Royale me había gustado mucho, sobre todo por Daniel Craig, que creó un Bond igual de british que los anteriores pero más oscuro y tenso, encantador por su actitud prepotente más que por su humor deadpan. Pero en esta película está todo mal. Las escenas de acción no se entienden, uno nunca sabe de dónde vienen los tiros o golpes; el montaje frenético con miles de cortes y planos cerrados crea solo una abstracción de ruidos e imágenes sin posibilidad de ver en ella algo parecido a una narración. No tiene mucho sentido que Daniel Craig haya hecho todos sus stunts, rompiéndose algunos huesos en el camino, si da lo mismo que sea él o un doble el que está colgando de una cuerda, porque casi no hay planos generales largos que permitan verlo poniéndole el cuerpo al personaje. Un desperdicio, porque se nota que Craig se toma su laburo en serio y su carisma solo se banca gran parte de la película, pero no alcanza. El villano tampoco funciona: Mathieu Amalric es un gran actor que acá está un poco sobreactuado, quizás por querer darle a su personaje una densidad que no está en el guión; quizás porque, al contrario de la mayoría de los malos de Bond, no tiene ninguna deformidad física (aunque su mirada intensa y felina basta y sobra para connotar perversidad) y quiso compensar por algún lado. Pero Amalric termina haciendo ruido en un universo en el que Bond es puro músculo y tiene pinta de no aguantarle un segundo la excentricidad al villano de turno, resolviendo todo con un par de trompadas antes que con algún artilugio tecnológico sofisticado.

Pero quizás lo peor de la película es que ni Gemma Arterton ni Olga Kurylenko son Eva Green. Son chicas Bond muy lindas y hacen lo que pueden con lo que les tocó, pero no tienen la belleza devastadora y la mirada penetrante de aquella. Tampoco son Vesper (aunque eso no sea culpa de ellas), con lo cual son olvidables y nos importa poco lo que les pase en la película. El Bond de QoS esconde debajo de esa apariencia seca y dura a un tipo sentimental que está de luto por la pérdida de un gran amor. Esa tristeza subterránea está todo el tiempo en el rostro de Daniel Craig, pero la película solo se hace cargo de ese duelo con diálogos y escenas obvias y lo convierte en una simple excusa para generar la historia en vez de hacer que también sea el corazón de la película. De esta manera, todo se convierte en una seguidilla de persecuciones en diferentes locaciones, en pura burocracia de peleas sin alma porque Bond no está buscando lidiar con esa pérdida (lo está, pero solo desde la superficie) sino solo cumpliendo con su laburo rutinario. Igual que Camille, que explica a través de un diálogo por qué quiere matar a uno de los personajes, como si con eso alcanzara para sentir todo el dolor que haría que nos importara que maten al malo de la película, que estemos esperando ansiosos la escena en que lo maten. No hay deseo en este Bond, de ningún tipo. O está, hay personajes que quieren venganza, otros que quieren poder, pero nos es indiferente si logran o no su cometido.



Eso sí, me gusta mucho la publicidad de Sony Bravia promocionando la película. Hay más cine en ese minuto que está hecho solo para exhibir la definición de imagen increíble del HD que en toda QoS. Por lo menos ahí puedo ver la reacción de Bond ante cada impacto y entiendo de dónde viene cada explosión en el plano. O sea, hay una mínima idea de puesta en escena que hace que uno pueda disfrutar porque lo que está pasando es inteligible. Y Daniel Craig está muy guapo con su traje hecho a medida, manteniendo su postura elegante y británica a pesar de que lo estén atacando por todos lados. That is indeed very Bond, James Bond.

27.10.08

Burn after reading




No sé para qué fui a ver Burn after reading. No me gustan nada los Coen, los críticos con los que generalmente coincido la habían destrozado, Clooney ni siquiera estaba tan lindo como para por lo menos distraerme por ese lado (ni hablar de Brad Pitt, pero él nunca está lindo). Pero me ganó el marketing, los carteles con letras saulbassianas en la calle y ese lugar común de hay-que-ver-la-última-de… y pagué la entrada en el Showcase para pasarla mal durante una hora y media en un universo donde todos los seres humanos son imbéciles o cretinos o infieles o incompetentes o todo eso junto. Los Coen habían subido unos puntos con No country for old men,  pero lo que hizo que esa película funcionara estaba más bien relacionado con el material que tomaron para adaptar. La novela de Cormac McCarthy construía, además de un villano inolvidable, una mirada muy desencantada sobre el mundo que en la película lograba imponerse por sobre la canchereada trademark de los guiones escritos por los propios Coen. El estilo de narración seco y matter-of-fact de McCarthy trasladado al lenguaje cinematográfico atenuaba en gran parte el gesto cool y los aires de superioridad intelectual desplegados a lo largo de toda la filmografía de los hermanos. Era una misantropía más melancólica, casi cansina. Los actores ayudaron mucho en ese aspecto, porque Tommy Lee Jones lograba que viéramos en él a un hombre que observaba con impotencia cómo ya no formaba parte de ese mundo violento y cruel, y como buen actor de la vieja escuela lo hacía bancándose planos largos sin recurrir a ninguna gestualidad de más, evocando todo eso con su mera presencia  y mirada grave. Lo mismo sucedía con Josh Brolin, el mejor actor de la película, que era pura acción y cuerpo en peligro, puro cine en movimiento (Brolin también se robó todas las escenas de American gangster el año pasado, y está claro que su rostro fue moldeado para pertenecer a los ‘70). La caracterización freak y poco naturalista de Javier Bardem, en cambio, se justificaba porque su personaje era la representación de una violencia azarosa, venida de la nada, desalmada y desbordada para cualquier lado, violencia ya imposible de ser contenida por un sheriff o un emblema en una chaqueta, por una autoridad anclada en cierta realidad conocida. Violencia sin humanidad, tenía que estar puesta en el cuerpo de un asesino estilo Terminator con peinado aparatoso y acento raro, para descolocar lo más posible. En Burn after reading, en cambio, uno de los mayores problemas está en que todos los actores principales se impregnan de la mirada condescendiente de los Coen y opinan sobre su personaje más que interpretarlo. Lo juzgan, lo parodian, como queriendo demostrar que ellos no son así de nefastos y que además está mal ser así de nefasto, entonces uno no ve un ser humano nefasto sino un ente que hace acciones y dice textos pero que no tiene carnadura, que no pertenece a ningún universo verosímil. George Clooney se la pasa haciendo morisquetas molestas y burlándose de su carisma, como si eso lo legitimara más como actor serio; Brad Pitt actúa la idea que tiene en su cabeza de cómo es un boludo fanático de la gimnasia, en vez de quizás haber ido a un gimnasio y tomado a un boludo real como modelo para hacerlo algo más creíble; Frances McDormand es la que peor está, sobreactuando todo el tiempo para que no quepan dudas de que ella ni loca se haría cirugías, y que encima es tan segura de sí misma que no tiene problema en mostrar sus “defectos” físicos, así de buena actriz soy, quiero-agradecer-a-los-miembros-de-la-Academia. Tilda Swinton y John Malkovich, incluso en personajes default para ellos, también están tensos y exagerados. Todos los planos se cargan del mismo nivel de tosquedad que las actuaciones porque ese tono socarrón y de sátira mal entendida está constantemente subrayado (y en itálica, en negrita y con resaltador amarillo), como si los Coen estuvieran más preocupados por explicitar y dejar bien en claro su opinión sobre los temas “importantes” de los que habla la película (la paranoia de la sociedad norteamericana  después del 11 de septiembre, la superficial obsesión por la perfección física), antes que ocuparse de narrarnos una historia. Entonces,  todo se vuelve denso y aburrido, y nos importa muy poco el devenir de estos personajes. El único momento liviano y divertido de toda la película, a cargo de Sledge Hammer y J.K. Simmons, aparece en la última escena, pero eso no alcanza para que el despliegue de desprecio hacia la raza humana que se vio antes no quede como sabor amargo. El tema con los Coen no es que muestren gente estúpida y cruel, que existe, sino que lo hagan colocándose en ese Olimpo del plano cenital inicial de la película para verlo todo desde una distancia sobradora, sin involucrarse o preguntarse de verdad por qué (o para qué, o cómo) existe esa imbecilidad. No hay búsqueda de diálogo, de cuestionamiento; solo un universo cerrado en sí mismo creado por ellos, seres inteligentes e iluminados, que lo único que hace finalmente es mantener ese status quo. Es un cine demagógico hecho para que aquellos que se crean incluidos dentro de esa élite se rían un rato de -nunca con- todos esos tarados, quienes además se merecen toda la crueldad que se ejerza sobre ellos por ser así de tarados. También hay un pésimo uso de la música, que busca crear clima de suspenso para después desmentirlo con pavadas, y escenas de “humor” que no funcionan, como la de la silla con vibrador, que habría sido un gran momento en alguna comedia de Judd Apatow si la hubiera hecho Steve Carell, y que acá es forzada, sosa y sin timing cómico. Si hasta el personaje más noble y bueno  es el que recibe el peor desenlace, con asesinato a balazo y hachazos. Una película vil, que se disfraza de comedia negra que critica cierto estado de cosas en el mundo, cuando en realidad solo se vanagloria de ser lo suficientemente lúcida como para discernir ese estado de cosas sin la más mínima intención de modificarlo. Un mero regodeo vacío y jactancioso, de una llanura intelectual que confunde fealdad con profundidad. O sea, un cine conservador y reaccionario. Quizás la peor película del año.

21.8.08

La mujer sin cabeza




El otro día vi La mujer sin cabeza. Me pasó algo raro con la película. Entiendo por dónde va, leo las críticas y todo me cierra, el asunto del que habla me resulta fascinante, pero solo por momentos lo experimenté como tal desde el hecho estético y no desde su interpretación, desde el análisis frío, calculado. Una mujer, una burguesa/madre/esposa/hermana/dentista/otros roles sociales, atropella un algo en la ruta. Un perro, un chico, un ente, no importa. Se lastima la cabeza en el choque, va al hospital, se comporta de manera desconcertada, quizás tiene una contusión grave, quizás se siente culpable, no importa. Si uno lo piensa bien, la sensación de extrañeza ya venía desde la primera escena, previa al accidente, con los diálogos superpuestos, flotando en el plano y la situación tensa del nene que no quería salir del auto. Pero el punto de inflexión de la película es el choque, que termina con el mundo as Vero knows it y empieza uno nuevo, al que le basta estar solamente un poco desfasado de aquel para generar miedo y ajenidad. De golpe todo se impregna de un halo confuso, raro, donde las acciones cotidianas se vuelven hechos que no tienen sentido si uno los observa desde la percepción de Vero. Ir a trabajar, hacer un cafecito, buscar macetas, viajar en auto, todo está alienado; lo que está constantemente en primer plano es la cabeza de Vero, su cabellera rubia, su cuello regio, su mirada. El problema es que la película casi nunca logra que ese clima sea genuino y no impuesto (con planos perfectos, con un trabajo del sonido brillante, con una actuación de María Onetto llena de sutilezas, pero impuesto). No sé si el problema es que haya demasiada planificación: La ciénaga también era una película pensada hasta el más mínimo detalle pero aun así había algo sensual, una textura en esos cuerpos echados que era siempre más que lo que fuera que connotaran. Hay además alguna situaciones-Martel que se sienten más como lugares comunes que como marcas de estilo (la pileta, las relaciones incestuosas) y algún que otro vicio del llamado nuevo cine argentino como Inés Efron, actriz a la que me imagino haciendo el mismo papel de chica rara en diez películas más, hasta que aparezca el nuevo actor freak que la reemplace. Sentí que había una mayor preocupación por plantar muchos indicios en el plano para “interpretar” la película que para apoyar la cabeza en el respaldo y viajar a ese mundo propuesto por Martel. Solo por momentos logré sentir esa otredad, esa violencia ahogada: en la escena en que María Vaner le dice a Vero que hay espíritus en la habitación y en el fondo del plano, de forma borrosa, aparece un nene –escena que de verdad da miedo-, cuando el chico que se golpea jugando al fútbol no se levanta, cuando el muchacho que le lava el auto la ayuda con las plantas (casi todas las escenas con nenes, en definitiva) y en el plano final que sí, es perfecto y quizás el mejor de la película. Con Mamy Blue de fondo, canción setentosa, europea y anacrónica, la película se corre del punto de vista de Vero y la suelta a ese nuevo mundo al que parece haberse resignado a vivir, dejándonos a nosotros observarla desde lejos en una reunión en la que se saluda con sus amigos/parientes/amantes, a través de un vidrio que hace borrosa la imagen. La película la libera o la condena, nos la quita como punto de apoyo y nos propone que ahora nos hagamos cargo, en soledad, cuando salgamos de la sala de cine, en nuestro mundo, de la percepción distorsionada de Vero. Es una final inquietante, perturbador y hermoso.