21.8.08
La mujer sin cabeza
El otro día vi La mujer sin cabeza. Me pasó algo raro con la película. Entiendo por dónde va, leo las críticas y todo me cierra, el asunto del que habla me resulta fascinante, pero solo por momentos lo experimenté como tal desde el hecho estético y no desde su interpretación, desde el análisis frío, calculado. Una mujer, una burguesa/madre/esposa/hermana/dentista/otros roles sociales, atropella un algo en la ruta. Un perro, un chico, un ente, no importa. Se lastima la cabeza en el choque, va al hospital, se comporta de manera desconcertada, quizás tiene una contusión grave, quizás se siente culpable, no importa. Si uno lo piensa bien, la sensación de extrañeza ya venía desde la primera escena, previa al accidente, con los diálogos superpuestos, flotando en el plano y la situación tensa del nene que no quería salir del auto. Pero el punto de inflexión de la película es el choque, que termina con el mundo as Vero knows it y empieza uno nuevo, al que le basta estar solamente un poco desfasado de aquel para generar miedo y ajenidad. De golpe todo se impregna de un halo confuso, raro, donde las acciones cotidianas se vuelven hechos que no tienen sentido si uno los observa desde la percepción de Vero. Ir a trabajar, hacer un cafecito, buscar macetas, viajar en auto, todo está alienado; lo que está constantemente en primer plano es la cabeza de Vero, su cabellera rubia, su cuello regio, su mirada. El problema es que la película casi nunca logra que ese clima sea genuino y no impuesto (con planos perfectos, con un trabajo del sonido brillante, con una actuación de María Onetto llena de sutilezas, pero impuesto). No sé si el problema es que haya demasiada planificación: La ciénaga también era una película pensada hasta el más mínimo detalle pero aun así había algo sensual, una textura en esos cuerpos echados que era siempre más que lo que fuera que connotaran. Hay además alguna situaciones-Martel que se sienten más como lugares comunes que como marcas de estilo (la pileta, las relaciones incestuosas) y algún que otro vicio del llamado nuevo cine argentino como Inés Efron, actriz a la que me imagino haciendo el mismo papel de chica rara en diez películas más, hasta que aparezca el nuevo actor freak que la reemplace. Sentí que había una mayor preocupación por plantar muchos indicios en el plano para “interpretar” la película que para apoyar la cabeza en el respaldo y viajar a ese mundo propuesto por Martel. Solo por momentos logré sentir esa otredad, esa violencia ahogada: en la escena en que María Vaner le dice a Vero que hay espíritus en la habitación y en el fondo del plano, de forma borrosa, aparece un nene –escena que de verdad da miedo-, cuando el chico que se golpea jugando al fútbol no se levanta, cuando el muchacho que le lava el auto la ayuda con las plantas (casi todas las escenas con nenes, en definitiva) y en el plano final que sí, es perfecto y quizás el mejor de la película. Con Mamy Blue de fondo, canción setentosa, europea y anacrónica, la película se corre del punto de vista de Vero y la suelta a ese nuevo mundo al que parece haberse resignado a vivir, dejándonos a nosotros observarla desde lejos en una reunión en la que se saluda con sus amigos/parientes/amantes, a través de un vidrio que hace borrosa la imagen. La película la libera o la condena, nos la quita como punto de apoyo y nos propone que ahora nos hagamos cargo, en soledad, cuando salgamos de la sala de cine, en nuestro mundo, de la percepción distorsionada de Vero. Es una final inquietante, perturbador y hermoso.
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