30.10.08
The Poet McTeagle
This is probably my favourite Monty Python sketch. It’s not very well-known, unless you are a hardcore fan and have seen every Monty Python’s Flying Circus episode. It doesn’t have the word “spam” or any of their strange and catchy phrases; it’s not even structured in the usual chaotic and random way most of their sketches are, but for me it summarizes what I love about these british loonies in a perfect way. In about 4 minutes, they create a mockumentary about a poet named Ewan McTeagle where they manage to expose and destroy various common places regarding poetry, documentary language and literary criticism. It starts with the typical television documentary frame of the subject in the midst of the environment he belongs to: in this case, a Scottish highland landscape. The music duplicates the information, as we listen to pipes and immediately think of Scotland. The voice over describes what we are seeing in a cheesy wannabe poetic style, telling us how we are supposed to read those images before us. Everything else is just as cliche. What is abnormal is the actual subject of the documentary: McTeagle is just a grumpy scotsman who sends letters because he needs people to lend him some cash.
I find the entire analysis of his work hilarious because all that nonsense and pretentiousness applied in it not only makes me think that the idea that a few can decide what is art and what is not is very arbitrary and capricious, but also that laying an aesthetic point of view on something that wasn’t created for that purpose implies an exercise of power from those who do it. But I’m rambling on.
The intellectuals that analyze McTeagle’s work are “a very good playwright”, who obviously has a typewriter and a bookshelf behind him, and a poetry expert sitting on the most ridiculous chair; the actor who does a rendition of his best poem does it while wearing a crown and enunciating with pauses and drama: Monty Python is all about showing us just how silly we become when we take things too seriously.
Ewan McTeagle’s masterpiece:
Can I have, fifty pounds to mend the shed?
I'm right on my uppers.
I can pay you back when this postal order comes,
from Australia.
Honestly.
Hope the bladder trouble's getting better.
Love, Ewan
Now that’s poetry. Or pottery, whatever.
28.10.08
Alfajores
Mi alfajor preferido es el Terrabusi de chocolate. El original, no todas las versiones que aparecieron después con relleno de crema o símil torta o alguno de estos otros mutantes actuales, aunque es cierto que el triple se la banca bastante bien. Me acuerdo de la época en que había salido el Bagley Blanco y Negro con una publicidad medio cool y cómo estaba de moda que te gustara ese alfajor. Mis compañeros de colegio debatían cuál de los dos era el más rico y uno se tenía que poner de un bando o del otro (el blanco, definitivamente), como si en esa decisión se jugara algo que definía qué clase de persona eras. El Bagley era más para caretas, para las chicas a las que les importaba qué se ponían debajo del guardapolvo aunque la ropa no se viera; los que usaban el guardapolvo que les había donado el hermano se compraban Jorgito. Hubo un tiempo en que te podías comprar 5 Guaymallén por 1 peso, que era una gran opción para el ataque de hambre en los recreos y para compartir y quedar bien, pero yo prefería tener un sapo en la barriga y gastar 50 centavos en un Terrabusi: en asuntos de chocolate la calidad siempre fue más importante que la cantidad (y que ciertas amistades). Después vino el Milka y cambié el dulce de leche por el mousse por un tiempo, pero siempre vuelvo al Terrabusi simple, al clasicismo en materia de alfajores.
De los alfajores no tradicionales que salieron de una golosina previa, me gusta mucho el Bon-o-Bon. El alfajor de maicena lo como sin el coco rayado. El santafesino no me gusta nada. Mi papá era fanático del Suchard, que llegó a competir con el Milka porque los dos eran de mousse, pero Suchard al final desapareció porque la empresa quebró o la compraron o algo, y mi papá pasó a los postrecitos de Balcarce. Los alfajores Balcarce no son malos pero siempre fueron opacados por los Havanna, que todavía tienen ese aire exclusivo de no venderse en los kioscos y de que haya que buscar un local en la ciudad o que alguien te los traiga de Mar del Plata. Los Havanna siempre tienen gusto a viaje y mar.
Los alfajores son mi golosina preferida. Ahora que estoy haciendo régimen y están prohibidos (si tengo que elegir sólo un dulce durante la semana, el helado va a ganar siempre, por lejos) sólo puedo tener un leve atisbo de esa sensación de masa y dulce de leche mezclados comiendo un Ser. Ciento y pico de calorías y gusto a chocolate con culpa, muy lejos de esas tardes en la puerta de mi edificio comiendo Terrabusis con mis amigos hablando de temas importantes, como cuál de los Bagley prefería el chico que te gustaba.
Well, fuck that.
27.10.08
Burn after reading
No sé para qué fui a ver Burn after reading. No me gustan nada los Coen, los críticos con los que generalmente coincido la habían destrozado, Clooney ni siquiera estaba tan lindo como para por lo menos distraerme por ese lado (ni hablar de Brad Pitt, pero él nunca está lindo). Pero me ganó el marketing, los carteles con letras saulbassianas en la calle y ese lugar común de hay-que-ver-la-última-de… y pagué la entrada en el Showcase para pasarla mal durante una hora y media en un universo donde todos los seres humanos son imbéciles o cretinos o infieles o incompetentes o todo eso junto. Los Coen habían subido unos puntos con No country for old men, pero lo que hizo que esa película funcionara estaba más bien relacionado con el material que tomaron para adaptar. La novela de Cormac McCarthy construía, además de un villano inolvidable, una mirada muy desencantada sobre el mundo que en la película lograba imponerse por sobre la canchereada trademark de los guiones escritos por los propios Coen. El estilo de narración seco y matter-of-fact de McCarthy trasladado al lenguaje cinematográfico atenuaba en gran parte el gesto cool y los aires de superioridad intelectual desplegados a lo largo de toda la filmografía de los hermanos. Era una misantropía más melancólica, casi cansina. Los actores ayudaron mucho en ese aspecto, porque Tommy Lee Jones lograba que viéramos en él a un hombre que observaba con impotencia cómo ya no formaba parte de ese mundo violento y cruel, y como buen actor de la vieja escuela lo hacía bancándose planos largos sin recurrir a ninguna gestualidad de más, evocando todo eso con su mera presencia y mirada grave. Lo mismo sucedía con Josh Brolin, el mejor actor de la película, que era pura acción y cuerpo en peligro, puro cine en movimiento (Brolin también se robó todas las escenas de American gangster el año pasado, y está claro que su rostro fue moldeado para pertenecer a los ‘70). La caracterización freak y poco naturalista de Javier Bardem, en cambio, se justificaba porque su personaje era la representación de una violencia azarosa, venida de la nada, desalmada y desbordada para cualquier lado, violencia ya imposible de ser contenida por un sheriff o un emblema en una chaqueta, por una autoridad anclada en cierta realidad conocida. Violencia sin humanidad, tenía que estar puesta en el cuerpo de un asesino estilo Terminator con peinado aparatoso y acento raro, para descolocar lo más posible. En Burn after reading, en cambio, uno de los mayores problemas está en que todos los actores principales se impregnan de la mirada condescendiente de los Coen y opinan sobre su personaje más que interpretarlo. Lo juzgan, lo parodian, como queriendo demostrar que ellos no son así de nefastos y que además está mal ser así de nefasto, entonces uno no ve un ser humano nefasto sino un ente que hace acciones y dice textos pero que no tiene carnadura, que no pertenece a ningún universo verosímil. George Clooney se la pasa haciendo morisquetas molestas y burlándose de su carisma, como si eso lo legitimara más como actor serio; Brad Pitt actúa la idea que tiene en su cabeza de cómo es un boludo fanático de la gimnasia, en vez de quizás haber ido a un gimnasio y tomado a un boludo real como modelo para hacerlo algo más creíble; Frances McDormand es la que peor está, sobreactuando todo el tiempo para que no quepan dudas de que ella ni loca se haría cirugías, y que encima es tan segura de sí misma que no tiene problema en mostrar sus “defectos” físicos, así de buena actriz soy, quiero-agradecer-a-los-miembros-de-la-Academia. Tilda Swinton y John Malkovich, incluso en personajes default para ellos, también están tensos y exagerados. Todos los planos se cargan del mismo nivel de tosquedad que las actuaciones porque ese tono socarrón y de sátira mal entendida está constantemente subrayado (y en itálica, en negrita y con resaltador amarillo), como si los Coen estuvieran más preocupados por explicitar y dejar bien en claro su opinión sobre los temas “importantes” de los que habla la película (la paranoia de la sociedad norteamericana después del 11 de septiembre, la superficial obsesión por la perfección física), antes que ocuparse de narrarnos una historia. Entonces, todo se vuelve denso y aburrido, y nos importa muy poco el devenir de estos personajes. El único momento liviano y divertido de toda la película, a cargo de Sledge Hammer y J.K. Simmons, aparece en la última escena, pero eso no alcanza para que el despliegue de desprecio hacia la raza humana que se vio antes no quede como sabor amargo. El tema con los Coen no es que muestren gente estúpida y cruel, que existe, sino que lo hagan colocándose en ese Olimpo del plano cenital inicial de la película para verlo todo desde una distancia sobradora, sin involucrarse o preguntarse de verdad por qué (o para qué, o cómo) existe esa imbecilidad. No hay búsqueda de diálogo, de cuestionamiento; solo un universo cerrado en sí mismo creado por ellos, seres inteligentes e iluminados, que lo único que hace finalmente es mantener ese status quo. Es un cine demagógico hecho para que aquellos que se crean incluidos dentro de esa élite se rían un rato de -nunca con- todos esos tarados, quienes además se merecen toda la crueldad que se ejerza sobre ellos por ser así de tarados. También hay un pésimo uso de la música, que busca crear clima de suspenso para después desmentirlo con pavadas, y escenas de “humor” que no funcionan, como la de la silla con vibrador, que habría sido un gran momento en alguna comedia de Judd Apatow si la hubiera hecho Steve Carell, y que acá es forzada, sosa y sin timing cómico. Si hasta el personaje más noble y bueno es el que recibe el peor desenlace, con asesinato a balazo y hachazos. Una película vil, que se disfraza de comedia negra que critica cierto estado de cosas en el mundo, cuando en realidad solo se vanagloria de ser lo suficientemente lúcida como para discernir ese estado de cosas sin la más mínima intención de modificarlo. Un mero regodeo vacío y jactancioso, de una llanura intelectual que confunde fealdad con profundidad. O sea, un cine conservador y reaccionario. Quizás la peor película del año.
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